lunes, 31 de enero de 2011

Corazón ciruela

La perfección está en los contrastes, amor.
El fruto te representa.
Es a un tiempo firme y suave.
Al tacto firme, aunque no se resiste  a la mordida.
Invade primero el gusto una discreta acidez que se disuelve
Y deja un sabor dulce y nostálgico.
Como tú y tus besos.
Como nuestro encuentro.
Por muy redonda, oscura y carnosa que parezca, siempre guarda hueso en su interior.
Guarda su esencia, el corazón del que podrá nacer un día otro corazón.
También tú tienes una semilla, corazón,
Escondida entre tus complejidades de humano y tus instintos,
Sepultada,
Un corazón ciruela, latiendo,
Esperando ser mordisqueado y tocar la tierra fértil de otro espíritu.

Concédeme al honor de degustarte.

Desde los celos hasta la repisa

Como dijo Andrés Hernández: "todos traemos un demonio adentro, hay que irlo sacando poco a poco"; creo que tiene razón. Prácticamente este hombre, experto en la locura propia y ajena, le atribuye a la simulación y al "guardar las formas" el origen de la enfermedad mental. "Sí, le aseguro, todo es por fingir ser otro, contenerse, por no ser uno mismo..."
Tiene mucho de cierto.
Hoy sentí celos. Adentro en el pecho, me faltó el aire, se me enfriaron las manos, se me secó la boca.
Desde el instante en que estaba sucediendo me di cuenta de lo absurdo. Sin embargo sentí cómo se cerraba mi garganta, tragué grueso la saliva inexistente. Quise correr, pero ¿a dónde? Sentí celos del pasado, de repente se me abalanzó un recuerdo de lo no vivido, como un fantasma, como un espectro vaporoso, negro de blancura. Tuve miedo de estar aquí, a tantos kilómetros de ti y dejarte allá solo con tu propio pasado, en tu cuarto, a unas calles del pasado, a unas cuadras de viejos sueños y nuevas amantes. Sentí llanto en el alma, en los ojos, quemándome como una llamarada inexplicable.
Decidí calmarme.
Vinieron tres varones oportunos a sacarme de mi angustia. Presté oídos con dificultad, presté ojos por inercia.
Víctor, de cincuenta y más. Triste porque su mujer, después de doce años juntos llegó un buen día y le dijo "no quiero nada más contigo", limpió el departamento y se fue sin más. Está devastado. "Si hubiéramos tenido un perico, el mismo que se habría llevado" Y lo que menos comprende es que una semana antes de la limpieza exprés del departamento todavía hicieron el amor y él no notó algo extraño en ella. Afortunadamente toma antidepresivo y va a psicoterapia. Dentro de la tristeza ya tiene planes, se puso dientes nuevos y hace ejercicio. Planea bajar de peso antes del día de la última audiencia "para que ella me vea muy bien..." Al decir esto luce seguro, implacable como sus noventa kilos. Y sin embargo asoman a sus ojos unas lágrimas sin timidez.
Luego Gustavo entra seductor, inspecciona la repisa, a pesar de que la ha visto cuatro o cinco veces antes. 
Dice que está mejor, es capaz de jugar con su hija de quince meses más tiempo, la alimenta, le cambia el pañal, la lleva al parque, le enseña cosas. Está descubriendo o fabricando su instinto paternal, lejos del papel exclusivo de proveedor en el que se ha encasillado al varón en nuestra tierra. "Pero ¿sabe? sigo con mis dos parejas, ya quiero dejar de tener dos, pero no sé..." "Mi esposa me presiona, dice que tengo una amante, yo la evado, ella no cree, y yo le digo que no tiene pruebas".
"Pero la otra, aunque a veces me trata bien, también se impacienta y quiere que deje de ver a mi hija. Y yo le digo que se espere, o entonces se busque otro".
No tengo nada qué decirle.
Sólo escucho.
Y él, confiado, lanza su dardo al abrir la puerta "a mí también me gustan los alebrijes..."
Me cae mal como un niño caprichoso.
Finalmente Andrés, con su discurso del cajón. Me mira como burlándose de mi pose seria, rígida y absurda. Se ríe de su locura y de la locura en sí misma y me ametralla con su retórica, mezcla de filosofía, religión, poesía, los doce pasos de AA, cienciología, astrología, autosuperación, izquierda mediática, resignación mexicana y sueños infantiles -sueños que, según muchos adultos quedan absurdos en el discurso de un adulto que quiera ser considerado "sensato"-.
A mí me divierte hablar con Andrés, me alegra, me enternece. Lo admiro, lo envidio y a veces lo imito. En cada visita me da algo.
Porque es el único hombre que he escuchado decir "SOY UN HOMBRE FELIZ; NO ME FALTA NADA". Y me consta que no le falta nada.
Todos somos arrieros.
Arrieros somos, y en el camino andamos.