martes, 1 de febrero de 2011

Primer humo

Te abandonaste a mi como el hombre más hombre y el niño más niño.
Me recreé en ti.

Tu carne apaciguó mi voluntad y mi zozobra.

La sangre que se agolpaba en tus labios, en tus mejillas,
En tus manos y en tu sexo me volvió a la vida.
Sí.
A la vida real.
A lo mundano, a la plenitud de la verdad desnuda.

Tu sabor nunca se desgasta.
No termino de comerte, de aspirarte.
Te renueva cada ausencia y te sienta bien.

Voy a hacer un altar
Con tu cabello negro, un vello de tu pecho y una gota de sudor de tu ingle.

Les prenderé fuego con un gemido pleno y aspiraré el humo
Hasta que la combustión de todo tú –en nuestro encuentro- purgue mis pulmones
y mi carne toda.

Y me vuelva entonces a mi raíz y a mi tiempo de mujer salvaje, loca, plena y feliz por un instante.

Eres el primer humo que no me hace toser, que no me saca lágrimas.

Cuando haya tiempo de perder el tiempo

Quería hablarte del aceite corporal.
Del pragmatismo que se convierte en tiranía.
Del olvido de tu origen.
De la ruptura de acuerdos.
De la evasión fiscal.
Del infonavit.
Del “No te salves” de Benedetti.
Del desahuciado Marcelino.
De la Tanatología y mi intolerancia.
Del cólico menstrual.
De los celos entre amigas.
De la obsesión infantil.
De la indecisión…


Será en otra ocasión.

TORACOTOMÍA

TORACOTOMÍA

Ven.
Asómate.

Tiñe con yodo.
Corta mi piel.

No te espantes.
La humedad suculenta y tibia de mi sangre no te detendrá.

No lo permitas.

Asómate.

Entra.

Encuéntrate.

Corta el hueso de las costillas... sí, así está bien.

¿Lo ves?
Está palpitando.
No contengas la respiración.

No me duele.

Tócalo.
Es vigoroso aún.

Incide la pared, ten cuidado de que la sangre no te empañe las lágrimas. 

Ahí, en el ventículo izquierdo: ¿te ves?

Sácame los ojos

Voy a dejarte mi última voluntad:
Sácame los ojos.

Quiero perder la noción de la distancia que hoy me separa de ti.

Quiero aferrarme al tacto, al olfato, como únicos sentidos que no mienten.

Quiero tocar una flor, pensar y recordar tu textura de flor, sentir la suavidad que tenía tu alma antes de corromperse.
Quiero aspirar su esencia pensando que me robo tus olores, como cuando ellos invadían mi cama, mi casa, mi misma piel.

Quiero tocar las cortezas, las piedras, la arena,
Escuchar caer el agua –como lluvia, como ola, como fuente- y con ello recordar tantos atardeceres a tu lado, en tus brazos, en mis brazos.

¿Ves como no funciona?

Si la mente no es más que los recuerdos visuales, un gran archivo de imágenes, ordenadas, desordenadas, qué más da.

¿Ves?

Ya no sirve que me saques los ojos.


Adolescer V

Estoy harta de escuchar “no puedo”.
Yo misma no puedo escuchar
un “no puedo” más.

Humanidad imbécil, cómoda y cobarde;
hombres que luchan por poder,
                                   y no pueden,
pero tampoco logran ser.

La muerte les llega mientras “hacen lo que pueden”,
                                   mientras intentan,
mientras se convierten en sólo un intento:
                                   de “ser libres”,
                                   de “ser felices”,
                                   de “ser alguien”,
                                   de “ser yo mismo”,
ser, ser, ser.

La insoportable porquería del no ser.


Adolescer IV

Ayer pensé en ti.
Vi la cascada de flores moradas, de camelias rojas,
vi los árboles que rejuvenecen,
sentí el calor del viento
y pensé en ti.

Pensé en acariciar tus manos
y pedirte un sueño.

Mis zapatos se llenaban de tierra en el camino
que atraviesa el pequeño bosque de la ciudad.

Tantos pensamientos
tantos deseos
tantos recuerdos:
demasiado amor.

No me bastó el día entero para pensarte.
No terminó el día para ti en mi.

Es otro día y no te dejo
y no duermo;
y si duermo, ahí vendrás.

Gracias por estar,
por ser una constante
en mi vida sencilla y miserable.

Te extraño demasiado
como todos los días.


Adolescer III

No escuché mi voz.
Todavía no la reconozco,
la confundo,
la sueño.
Siento el peso del silencio
más insoportable que ayer.
Se ha desarticulado
el esqueleto del corazón.

Llego al límite.
El espíritu no reconoce su reflejo.
No sé si soy.
No sé qué soy.
El miedo hace enmudecer la voz
espiritual que antes gritaba,
                que antes me gritaba.

Ya no hay quien escuche.

Está solo.
Yo lo estoy.
Estamos rodeados en la misma soledad.

Tal vez nos amamos.                                  Tal vez nos odiamos.

Adolescer II

Hay días de hastío como hoy.
El cielo es monótono,
las voces están vacías,
la sonrisa es fingida
y el llanto, inválido.

El tiempo se arrastra.

La respiración me fatiga.
El pensamiento
tortura mi espíritu delirante
que busca entre los recuerdos
las razones del hoy
y los motivos para el mañana.

La vida se evapora más lentamente hoy.

Cuerpos deformes entran por mis ojos.
Desteñidos, ensombrecidos de muerte.
De ellos llega nada al alma.
Una soledad llena hasta mi último resquicio
y ahoga poco a poco, en silencio,
                                   el sueño del ser.

Hay días de hastío como hoy.

Adolescer I

La tuve entre mis manos:
hoy la he perdido;
batió sus alas como los pajarillos
al huir de la lluvia.
Sí.
La tuve entre estas manos
que hoy están vacías,
que se habían acostumbrado a tenerla.
La tuve entre estas manos,
detrás de estos ojos
que hoy tienen por extraño
al mundo que acecha por las ventanas.

La tuve entre mis manos.

La perdí.
El silencio llena mis pulmones.
El aire insípido ocupa su lugar.
La vida sonríe en algún lugar.

Intento recordar como era todo
cuando estaba conmigo.
Intento levantar los recuerdos
que cayeron del árbol ya.

Quiero revivir las tardes
en que el sol nos miraba,
la paz de las noches compartidas
en que todo fue nuestro.
Casi siempre todo era más mío.

Vivía con la seguridad de tenerla
no me di cuenta que la perdía.

Sólo me queda una lágrima y mi sonrisa:
ambas fosilizadas.

La he perdido: he muerto…

lunes, 31 de enero de 2011

Corazón ciruela

La perfección está en los contrastes, amor.
El fruto te representa.
Es a un tiempo firme y suave.
Al tacto firme, aunque no se resiste  a la mordida.
Invade primero el gusto una discreta acidez que se disuelve
Y deja un sabor dulce y nostálgico.
Como tú y tus besos.
Como nuestro encuentro.
Por muy redonda, oscura y carnosa que parezca, siempre guarda hueso en su interior.
Guarda su esencia, el corazón del que podrá nacer un día otro corazón.
También tú tienes una semilla, corazón,
Escondida entre tus complejidades de humano y tus instintos,
Sepultada,
Un corazón ciruela, latiendo,
Esperando ser mordisqueado y tocar la tierra fértil de otro espíritu.

Concédeme al honor de degustarte.

Desde los celos hasta la repisa

Como dijo Andrés Hernández: "todos traemos un demonio adentro, hay que irlo sacando poco a poco"; creo que tiene razón. Prácticamente este hombre, experto en la locura propia y ajena, le atribuye a la simulación y al "guardar las formas" el origen de la enfermedad mental. "Sí, le aseguro, todo es por fingir ser otro, contenerse, por no ser uno mismo..."
Tiene mucho de cierto.
Hoy sentí celos. Adentro en el pecho, me faltó el aire, se me enfriaron las manos, se me secó la boca.
Desde el instante en que estaba sucediendo me di cuenta de lo absurdo. Sin embargo sentí cómo se cerraba mi garganta, tragué grueso la saliva inexistente. Quise correr, pero ¿a dónde? Sentí celos del pasado, de repente se me abalanzó un recuerdo de lo no vivido, como un fantasma, como un espectro vaporoso, negro de blancura. Tuve miedo de estar aquí, a tantos kilómetros de ti y dejarte allá solo con tu propio pasado, en tu cuarto, a unas calles del pasado, a unas cuadras de viejos sueños y nuevas amantes. Sentí llanto en el alma, en los ojos, quemándome como una llamarada inexplicable.
Decidí calmarme.
Vinieron tres varones oportunos a sacarme de mi angustia. Presté oídos con dificultad, presté ojos por inercia.
Víctor, de cincuenta y más. Triste porque su mujer, después de doce años juntos llegó un buen día y le dijo "no quiero nada más contigo", limpió el departamento y se fue sin más. Está devastado. "Si hubiéramos tenido un perico, el mismo que se habría llevado" Y lo que menos comprende es que una semana antes de la limpieza exprés del departamento todavía hicieron el amor y él no notó algo extraño en ella. Afortunadamente toma antidepresivo y va a psicoterapia. Dentro de la tristeza ya tiene planes, se puso dientes nuevos y hace ejercicio. Planea bajar de peso antes del día de la última audiencia "para que ella me vea muy bien..." Al decir esto luce seguro, implacable como sus noventa kilos. Y sin embargo asoman a sus ojos unas lágrimas sin timidez.
Luego Gustavo entra seductor, inspecciona la repisa, a pesar de que la ha visto cuatro o cinco veces antes. 
Dice que está mejor, es capaz de jugar con su hija de quince meses más tiempo, la alimenta, le cambia el pañal, la lleva al parque, le enseña cosas. Está descubriendo o fabricando su instinto paternal, lejos del papel exclusivo de proveedor en el que se ha encasillado al varón en nuestra tierra. "Pero ¿sabe? sigo con mis dos parejas, ya quiero dejar de tener dos, pero no sé..." "Mi esposa me presiona, dice que tengo una amante, yo la evado, ella no cree, y yo le digo que no tiene pruebas".
"Pero la otra, aunque a veces me trata bien, también se impacienta y quiere que deje de ver a mi hija. Y yo le digo que se espere, o entonces se busque otro".
No tengo nada qué decirle.
Sólo escucho.
Y él, confiado, lanza su dardo al abrir la puerta "a mí también me gustan los alebrijes..."
Me cae mal como un niño caprichoso.
Finalmente Andrés, con su discurso del cajón. Me mira como burlándose de mi pose seria, rígida y absurda. Se ríe de su locura y de la locura en sí misma y me ametralla con su retórica, mezcla de filosofía, religión, poesía, los doce pasos de AA, cienciología, astrología, autosuperación, izquierda mediática, resignación mexicana y sueños infantiles -sueños que, según muchos adultos quedan absurdos en el discurso de un adulto que quiera ser considerado "sensato"-.
A mí me divierte hablar con Andrés, me alegra, me enternece. Lo admiro, lo envidio y a veces lo imito. En cada visita me da algo.
Porque es el único hombre que he escuchado decir "SOY UN HOMBRE FELIZ; NO ME FALTA NADA". Y me consta que no le falta nada.
Todos somos arrieros.
Arrieros somos, y en el camino andamos.