Carretera
La naturaleza se impuso a cada instante:
los relámpagos rasgaban los nubarrones,
las gotas nos humedecían hasta la conciencia
las esferas pequeñas de granizo nos lastimaban el cuerpo...
Tú me conducías por el camino resbaladizo mientras
me asía a tu espalda, confiada en tu espíritu libre
en tu rostro sin reveses
en tus instintos desnudos.
Tus besos me convirtieron en agua:
lentamente me evaporé
y me disipé en el horizonte del bosque tuyo.
sábado, 24 de agosto de 2013
domingo, 18 de agosto de 2013
DOLO
Tus cuarenta años,
tus cejas imponentes enmarcando esos ojos
y ese vigor tuyo, incansable:
no me son indiferentes.
De improviso te apareces en mi sueño y en mi deseo.
Sin embargo no voy a profanarte.
Mantendré este nuevo calor entre los muslos:
vivo
húmedo
tembloroso
contenido
perteneciéndome sólo a mí -y del todo-.
Te invitaré a bailar
-de vez en cuando-
para sentir tu cuerpo
y el despertar de su calidez.
Te rozaré las manos con mis yemas
para que tu piel se erice
para que crezca el deseo
y me veas penetrada por tu virilidad.
Al final de esas veladas,
me despediré sonriendo
y te miraré con mi verde transfictivo
sabiendo que si nunca me posees,
no podrás olvidarme.
Tus cuarenta años,
tus cejas imponentes enmarcando esos ojos
y ese vigor tuyo, incansable:
no me son indiferentes.
De improviso te apareces en mi sueño y en mi deseo.
Sin embargo no voy a profanarte.
Mantendré este nuevo calor entre los muslos:
vivo
húmedo
tembloroso
contenido
perteneciéndome sólo a mí -y del todo-.
Te invitaré a bailar
-de vez en cuando-
para sentir tu cuerpo
y el despertar de su calidez.
Te rozaré las manos con mis yemas
para que tu piel se erice
para que crezca el deseo
y me veas penetrada por tu virilidad.
Al final de esas veladas,
me despediré sonriendo
y te miraré con mi verde transfictivo
sabiendo que si nunca me posees,
no podrás olvidarme.
domingo, 11 de agosto de 2013
Crónica de mi búsqueda de un poema
Para celebrar nuestra última
noche juntos
salí instintivamente de mi ciudad
en busca de un poema.
Cargué gasolina: “tanque lleno”
–a pesar del último gasolinazo-
y me dirigí al Centro Cultural
Bella Época.
En el camino me llovió sobre
mojado
y choqué contra la camioneta de
un señor que padecía lumbalgia crónica
quien al ver que mi auto se dañó
más que el suyo,
se conformó con lanzarme una
mirada de desprecio y reprocharme el latigazo (eso es tener suerte).
Deberías verlo, es una belleza
–el Bella Época-
los ojos de Rosario Castellanos,
las paredes claras y abrasadoras,
los diseños del techo,
los estantes repletos
y para mi buena suerte, el
espacio asignado al evento
entre los libros en francés y los
libros de historia -¡qué ironía!-.
Me dispuse a esperar a la poeta.
Me abrumó la belleza del lugar:
el cactus gigante, la palma
joven,
las voces de los miles de libros
del recinto
y las notas sin oír de
incontables archivos musicales.
Me quedé paralizada, esperando,
respirando y esperando.
Pensé en ti
no pude evitarlo
no pude decidirlo
no me arrepiento
no me avergüenzo.
Pensé en que me estorbarías en
ese momento
pensé en la fortuna de tu
ausencia
y en mi bendito egoísmo: sólo te
extrañé porque quería contártelo.
Apareció repentinamente la modelo
su cuerpo era bello más que su
rostro
profanado ya por mil trucos
pro-belleza de catálogo.
Llevaba un vestido rosado, muy
pálido, que ceñía su cuerpo suavemente,
permitiendo adivinar sus glúteos
redondos, naturales, enmarcados por una prenda interior
transparente, que deleitaba la
vista de propios y extraños.
Luego llegó ella, y yo sin
saberlo.
Me ofreció una pelota antiestrés
como premio a mi puntualidad
yo me atreví incluso, divertida,
a pedirle que me cambiara el color;
me había asignado una naranja
y le pedí una azul rey.
Me sonrió.
Miré su rostro, su pelo lacio
después de unas horas de salón,
sus tacones nuevos, su escote
elegante y sensual.
No descubrí algo extraño que me
pudiera
orientar, no supe que era ella.
Comenzó la presentación de Amarte descalza media hora después de lo
previsto.
El recinto se llenó de palabras,
fue una velada emotiva, femenina, seductora, desgarradora, atrevida,
conmovedora hasta la risa y hasta el llanto.
Una mesa de cinco mujeres libres,
hermosas –y un fotógrafo- replegó de golpe todas las letras de los libros en
sus estantes y todas las notas musicales.
Compartimos las sonrisas, el
llanto, los suspiros, los cupcakes y el
tinto de Bordeaux,
compartimos y nos bebimos el
poder de esas hembras humanas tan seguras de su feminidad, de sus encantos y de
sus inteligencias.
Me sentí instantáneamente libre
de dolor
libre de culpas
libre de ti.
Encontré mi poema, ella lo eligió
y lo leyó para mí:
“Tus palabras,
se deslizaron
entre mis pechos,
rodearon mi ombligo,
erosionaron los vellos
de mi pubis,
intentaron meterse
en mi vagina
y devastar el deseo
que habita en mis entrañas.
Dijiste:
Me voy:
la amo a ella.
ignoras que tus palabras
fueron la miel de mil flores,
cálida e iluminada,
derritió los barrotes
de mi jaula”.
Lo encontré, sonreí suspirando
entre lágrimas
y salí a enfrentar la lluvia fría
de La Condesa
a encontrarme con mi nuevo
amante.
*Este texto se
gestó durante la presentación del Libro “Amarte descalza” Poesía Erótica de
Mónica Soto Icaza que se llevó a cabo el viernes 9 de agosto de 2013 en el
Centro Cultural Bella Época de la ciudad de México, Distrito Federal, por lo
que siento necesario agradecer desde aquí a Mónica e invitarles a encontrarse
con sus letras, pueden encontrar mucho, como nosotras.
domingo, 21 de julio de 2013
Fumar entre tumbas
Salí huyendo de la soledad acechante de una casa ajena, donde los fantasmas de otros estaban asfixiándome.
Encendí el auto, conduje sin rumbo. Es relajante conducir sin rumbo, pero lamentablemente esa sensación dura muy poco.
Me detuve en un OXXO y compré unos cigarros, de los que tienen un miligramo de nicotina por pieza, "para que amarraran bien" con mi tos de flemas asquerosas y amarillas. Para contrarrestar mi fiebre y mi falta de aire.
Con la mano temblorosa y contra el viento, accioné mil veces el encendedor y sentí el aroma relajante del papel y demás porquerías quemándose. Desde el primer humo exhalado sentí tranquilidad.
La soledad se tornó entonces digerible, casi disfrutable.
Desde el punto más alto de nuestra tierra me asomé al panteón de San Lorenzo Tepaltitlán. Desde niña amé los panteones, quizás porque siempre estaban vacíos, como si por evitarlos la gente pudiera salvarse de morir.
A mí en cambio, siempre me han parecido lugares hermosos, divertidos y patéticos.
Me falta hacer muchas cosas en un panteón. Beber unos alcoholes, conversar con amigos sobre la tumba más nueva, tal vez coger con alguna desconocida después de fumar mariguana, en uno de los monumentos más lujosos. (aunque creo que no será en este panteón: se nos congelarían las nalgas).
En fin, entré al panteón por una de sus puertas principales, que para mi buena suerte se abrían de par en par.
El día agonizaba, pero había suficiente luz para leer todos los nombres de los que ya no están.
Sentí envidia.
Sin pedir permiso me senté en una de las esquinas de la tumba de Severino López y Dolores Gutiérrez (qué horror, hasta en la tumba renunciaron a su individualidad...) Encendí otro cigarro y me alegré de estar sola. Sin amigos que se burlaran si no logro exhalar de putazo todo el aire por la nariz, o si babeo mucho la boquilla.
Me dediqué a sentir el aire helado, a mirar los relieves de otras tumbas, a aspirar las flores vivas y las podridas, a mirarme en el agua putrefacta.
Y así, desde el panteón, no pude evitar recordarte.
Recordar tu recuerdo. Pensar tu no recuerdo.
Me burlé de mí misma, la mente es traicionera.
Me fumé un cigarro más y me largué adonde no hubiera testigos (vivos ni muertos) de mis estúpidos suspiros de amor.
Salí huyendo de la soledad acechante de una casa ajena, donde los fantasmas de otros estaban asfixiándome.
Encendí el auto, conduje sin rumbo. Es relajante conducir sin rumbo, pero lamentablemente esa sensación dura muy poco.
Me detuve en un OXXO y compré unos cigarros, de los que tienen un miligramo de nicotina por pieza, "para que amarraran bien" con mi tos de flemas asquerosas y amarillas. Para contrarrestar mi fiebre y mi falta de aire.
Con la mano temblorosa y contra el viento, accioné mil veces el encendedor y sentí el aroma relajante del papel y demás porquerías quemándose. Desde el primer humo exhalado sentí tranquilidad.
La soledad se tornó entonces digerible, casi disfrutable.
Desde el punto más alto de nuestra tierra me asomé al panteón de San Lorenzo Tepaltitlán. Desde niña amé los panteones, quizás porque siempre estaban vacíos, como si por evitarlos la gente pudiera salvarse de morir.
A mí en cambio, siempre me han parecido lugares hermosos, divertidos y patéticos.
Me falta hacer muchas cosas en un panteón. Beber unos alcoholes, conversar con amigos sobre la tumba más nueva, tal vez coger con alguna desconocida después de fumar mariguana, en uno de los monumentos más lujosos. (aunque creo que no será en este panteón: se nos congelarían las nalgas).
En fin, entré al panteón por una de sus puertas principales, que para mi buena suerte se abrían de par en par.
El día agonizaba, pero había suficiente luz para leer todos los nombres de los que ya no están.
Sentí envidia.
Sin pedir permiso me senté en una de las esquinas de la tumba de Severino López y Dolores Gutiérrez (qué horror, hasta en la tumba renunciaron a su individualidad...) Encendí otro cigarro y me alegré de estar sola. Sin amigos que se burlaran si no logro exhalar de putazo todo el aire por la nariz, o si babeo mucho la boquilla.
Me dediqué a sentir el aire helado, a mirar los relieves de otras tumbas, a aspirar las flores vivas y las podridas, a mirarme en el agua putrefacta.
Y así, desde el panteón, no pude evitar recordarte.
Recordar tu recuerdo. Pensar tu no recuerdo.
Me burlé de mí misma, la mente es traicionera.
Me fumé un cigarro más y me largué adonde no hubiera testigos (vivos ni muertos) de mis estúpidos suspiros de amor.
Desencuentro de ida y vuelta
Hablas pero evitas hablar de ti mismo.
Me preguntas cosas
pero no quieres escucharme;
mi sentir y mis ideas
hoy te hacen sentir amenazado
y exiges mi silencio para salvarte
de tus propios demonios.
Pides que continúen vetados
nuestros dilemas eternos,
crees que así
te salvarás de la incomodidad.
"Nadie enciende una vela
para mantenerla escondida"
Esta historia natural
me es familiar.
Yo también quiero ignorarla.
Y sin embargo se mueve.
Sin embargo te mueves,
me muevo,
nos movemos,
a kilómetros
de dolor, de dudas
de soledades.
A kilómetros nos dormimos
engañándonos cada noche.
No vuelvas.
No puedo esperarte
una luna más.
Respeto tu evasión.
Respeta mis límites.
Acepto mi derrota.
Me sobraron palabras,
te faltó empatía.
Adiós.
Hablas pero evitas hablar de ti mismo.
Me preguntas cosas
pero no quieres escucharme;
mi sentir y mis ideas
hoy te hacen sentir amenazado
y exiges mi silencio para salvarte
de tus propios demonios.
Pides que continúen vetados
nuestros dilemas eternos,
crees que así
te salvarás de la incomodidad.
"Nadie enciende una vela
para mantenerla escondida"
Esta historia natural
me es familiar.
Yo también quiero ignorarla.
Y sin embargo se mueve.
Sin embargo te mueves,
me muevo,
nos movemos,
a kilómetros
de dolor, de dudas
de soledades.
A kilómetros nos dormimos
engañándonos cada noche.
No vuelvas.
No puedo esperarte
una luna más.
Respeto tu evasión.
Respeta mis límites.
Acepto mi derrota.
Me sobraron palabras,
te faltó empatía.
Adiós.
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