martes, 1 de febrero de 2011

Adolescer III

No escuché mi voz.
Todavía no la reconozco,
la confundo,
la sueño.
Siento el peso del silencio
más insoportable que ayer.
Se ha desarticulado
el esqueleto del corazón.

Llego al límite.
El espíritu no reconoce su reflejo.
No sé si soy.
No sé qué soy.
El miedo hace enmudecer la voz
espiritual que antes gritaba,
                que antes me gritaba.

Ya no hay quien escuche.

Está solo.
Yo lo estoy.
Estamos rodeados en la misma soledad.

Tal vez nos amamos.                                  Tal vez nos odiamos.

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