Te abandonaste a mi como el hombre más hombre y el niño más niño.
Me recreé en ti.
Tu carne apaciguó mi voluntad y mi zozobra.
La sangre que se agolpaba en tus labios, en tus mejillas,
En tus manos y en tu sexo me volvió a la vida.
Sí.
A la vida real.
A lo mundano, a la plenitud de la verdad desnuda.
Tu sabor nunca se desgasta.
No termino de comerte, de aspirarte.
Te renueva cada ausencia y te sienta bien.
Voy a hacer un altar
Con tu cabello negro, un vello de tu pecho y una gota de sudor de tu ingle.
Les prenderé fuego con un gemido pleno y aspiraré el humo
Hasta que la combustión de todo tú –en nuestro encuentro- purgue mis pulmones
y mi carne toda.
Y me vuelva entonces a mi raíz y a mi tiempo de mujer salvaje, loca, plena y feliz por un instante.
Eres el primer humo que no me hace toser, que no me saca lágrimas.
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